Janet la Torcida
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Más arriba del Hanging Shaw, al abrigo de Black Hill, hay un trozo de terreno cercado por una verja de hierro; al parecer, en los viejos tiempos, era el cementerio de Balweary. En todo caso era el lugar predilecto del señor Soulis; iba allí a sentarse para meditar sus sermones y, a decir verdad, era un lugar resguardado.
El caso es que una tarde, al llegar al extremo occidental de Black Hill, vio primero a dos, luego cuatro, y después siete cuervos volando en círculo sobre el viejo cementerio. Volaban bajo y con dificultad, graznándose unos a otros; y el señor Soulis no dudaba de que algo les había sacado de su comportamiento ordinario. No era un hombre que se asustara fácilmente y se fue directamente hacia la tapia; ¿y qué diréis que encontró?: un hombre, o algo con aparencia humana, sentado sobre una tumba allí dentro. Era de gran estatura, vestía con un traje negro y un sombrero de copa alta, además tenía unos ojos muy raros. El señor Soulis notó como había algo extraño que le intimidaba en aquel individuo y notó una especie de temblor que se le metía en los huesos hasta el tuétano.
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Arriba hay un fragmento del relato de Janet la Torcida, una historia que se encargó de recopilar R.L. Stevenson de entre las tradiciones de brujería escocesas y ambientada alrededor de 1.712.
Janet la Torcida es un relato algo religioso, ya que en él, Stevenson usa con frecuencia alusiones a Dios y al Demonio, como el bien y el mal, respectivamente. Influye también religiosamente en que el protagonista del relato, es un sacerdote, el señor Soulis, de la parroquia de Balweary, un pueblecito escocés.
A pesar de todo es entretenido, interesante y mantiene al lector atento hasta el final de su breve duración, ya que Stevenson, coloca la intriga en su dosis adecuada página tras página.
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